viernes, 2 de agosto de 2013

Maratón del Aneto (27/07/13)

Crónica de Jorge

Si tuviera que describir en una sola palabra lo que ha significado para mí esta carrera, sería INOLVIDABLE, en todos los sentidos. Desde que surgió la posibilidad de ir a Pirineos, sabía que no me lo podía perder, porque si no, me iba a arrepentir, y ahora estoy todavía más convencido de ello.


Salimos de Alcoy sobre las 14 h., llegando a Benasque casi a las 22 h., con el tiempo justo para recoger los dorsales. Después nos repartimos en los diferentes apartamentos y a cenar. Como no podía ser de otra forma, celebramos nuestra pasta-party. Cuando vi la cacerola rebosando de macarrones pensé “estos tíos están locos, ¡¡ 1 kg. de macarrones para cinco personas !!”, pues no sobraron.


Después bajamos para ver la salida de los participantes en la Ultra-Trail y enseguida al apartamento para preparar todo lo que íbamos a necesitar para el día siguiente. Estuve dudando hasta el último momento si coger el cortavientos y los manguitos.... menos mal que los cogí, acabé empapado igualmente pero al menos no perdía calor. Eso por no hablar del mapa que teníamos que llevar obligatoriamente, en lugar de un mapa parecía la guía campsa, como si me fuera a servir de algo en medio de tanta montaña, total para terminar en la basura por culpa del agua.


Me puse la alarma pero no hizo falta, no sé si por los nervios de la carrera o por la costumbre de levantarme a la misma hora para ir al curro, el caso es que me desperté bastante antes. Empecé a vestirme y coger todas las cosas que necesitaba; mochila, agua, bastones, comida....... ¡jod….!, la tenía preparada en la nevera de la playa pero la bolsa no estaba bien cerrada y le había entrado agua de los cubitos que habían en la nevera, total, que el sandwich a la basura y los números del dorsal que había pintado en las barritas, borrados.


Desayunamos y nos vamos hacia la salida. Muchísimos participantes y público. Como me ocurre en casi todas las carreras voy perdiendo de vista a mis compañeros hasta quedarme solo, pero entonces me encuentro con Javier Pereda, al que acompaña Alberto Vidal y me quedo con ellos. Aquí hay más alcoyanos que en Gandía en agosto.



Dan la salida y empezamos a correr por las calles de Benasque, muchísimo público aplaudiendo. Enseguida salimos del pueblo y cogemos una senda muy estrecha que hace que se produzca un gran tapón, toca caminar en fila de a uno, así durante mucho tiempo, poco a poco se abren huecos pero es difícil correr porque estamos subiendo. En el km. 4 empezamos a bajar hacía Eriste y aquí sí que podemos correr un poco hasta el km. 8, donde empezamos la parte más dura de la carrera, unos 13 kms. de subida hasta el Collado de la Plana, pasando por el refugio de Ángel Orús, aprovechamos para comer alguna barrita y empezar a tomar sales.



En esta parte es donde te das cuenta de lo que significa correr en Pirineos. Tengo que esforzarme para no quedarme descolgado de Javier y Alberto. Llegamos al primer avituallamiento y ya no queda melón ni sandía ni isotónica, sólo frutos secos y agua, que luego me enteré que era agua del río. No sé para que decían que lleváramos pastillas potabilizadoras y nos dan agua del río sin advertirlo a los corredores, así que tiramos de nuestras provisiones de barritas y sales. Seguimos subiendo, o escalando, no sabría muy bien como calificarlo y empiezo mirar a mi alrededor para disfrutar de la belleza de los Pirineos, que no conocía, y esperando ver en cualquier momento a Heidi y a su abuelo o al mismísimo Yeti. Zonas de roca, agua bajando por todas partes, neveros y lagos enormes...... como para pensar en correr.


Por fin avistamos el refugio de Ángel Orús. Yo me esperaba una cabañita de madera pero se trata de un enorme edificio de piedra en el que nos tomamos un descanso para reponer fuerzas. Comemos un poco y tomamos otra pastillita de sales, rellenamos las mochilas con agua, también aprovecho para llamar a casa: “¿Ya has terminado?........ ¿Qué coñ………voy a terminar? ¡si voy por el km. 16!”. En fin, una vez repuestos de los 7 kms. que llevamos de subida toca seguir ascendiendo otros 5 kms. hasta el Collado de La Plana, con un pequeño respiro a medio camino.



Mucho tiempo antes de llegar al Collado se escucha algún cencerro y a una chica que no para de chillar y animar a todos los corredores que pasan. Estábamos a más de 2.700 mts y hacía algo de fresquito, seguró que terminó afónica, pero se agradece y mucho la labor de personas así. Preguntamos a los encargados del puesto de control sobre lo que nos espera y una mujer nos informa que tenemos por delante unos 5 kms. con dos bajadas muy peligrosas y que vayamos con mucho cuidado. Así lo hacemos, pero no por decisión propia, sino porque es imposible pensar en nada que no sea ir paso a paso, de piedra en piedra, muchas de ellas de canto en las que era muy fácil resbalar o apoyar mal y sufrir algún esguince. En esta zona tenemos que atravesar alguna nevero y como el calzado no es el más adecuado, me veo obligado a echar el culo al suelo y deslizarme lo mejor posible. Al levantarme tengo las manos y el culo helados, pero afortunadamente se me pasa enseguida. Me viene a la cabeza un vídeo que vi hace un tiempo de Kilian deslizándose por una zona parecida como si en lugar de zapatillas llevara esquís, ¿cómo puede ser que pertenezcamos a la misma especie?




Terminado el descenso, nos tomamos un pequeño descanso, nos hidratamos, comemos (lo de siempre, barrita y sales) y nos quitamos los cortavientos……. aunque quizás hubiera sido mejor no hacerlo. Ahora nos esperaban unos kilómetros aparentemente tranquilos hasta el refugio de Estós, un sube y baja sin excesivo desnivel y dificultad, pero lo que ya parecía un tranquilo “paseo” hasta el final, se convirtió en el momento más duro que he vivido en mi corta vida de runner y la primera vez que he pensado en una retirada, y no porque me encontrara mal, sino porque se cumplieron los pronósticos del tiempo y empezó a llover….. más bien a diluviar. Al principio sólo eran unas gotas, pero empezó a ponerse oscuro y a llover cada vez más fuerte. Por si faltaba algo empezaron a oírse truenos, algún relámpago y algo de granizo, no muy grande, pero lo suficiente para hacer daño en los brazos. Lo lógico hubiera sido parar a ponerse el cortavientos otra vez, pero era tal la tromba de agua que hubiera servido de poco, además de que prefería seguir adelante y llegar lo antes que posible que perder un solo minuto y mojarme más. De hecho Alberto paró a tapar su mochila para que no le entrara agua y tardó muchísimo en cogernos. Javier me decía: “Pero Jorge, ¿cómo vas ahora tan deprisa?”, eran las ganas de llegar al refugio lo antes posible. Ese tramo se me hizo eterno hasta que, por fin, Javier dijo que veía el refugio: “Allí, a la derecha”…….¿dónde, yo no veo nada?”, varias veces me lo dijo y yo seguía sin poder verlo: “A las dos, está a las dos”, “ya lo veo”, estaba al otro lado de un barranco. Tuvimos que bajar, cruzar el río y hacer una corta pero dura subida hasta el refugio de Estós. Afortunadamente la lluvia paró unos minutos antes de llegar, porque de seguir como hasta entonces tenía casi decidido parar allí. Era una temeridad continuar diez kilómetros más con esa tormenta eléctrica sobre nuestras cabezas.



El refugio fue un auténtico oasis en el desierto, había mucha gente descansando, entrando en calor. Aproveché para ponerme el cortavientos. Ya no llovía, pero empezaba a enfriarme. También me cambié los calcetines, aunque sirvió de poco porque estaban algo mojados, por no hablar de las zapatillas, que estaban empapadas.


Son curiosas las reacciones que tiene el cuerpo. Durante toda la subida desde Eriste hasta el Collado de La Plana y el posterior descenso hasta el refugio de Estós, iba notando como el cansancio iba en aumento, sin embargo, salí de allí con fuerzas renovadas. Quizás fuera el hecho de verme “salvado” después de lo mal que lo habíamos pasado con la tormenta y saber que lo que quedaba hasta meta eran “sólo” unos diez kilómetros pero de descenso y por camino, pista y asfalto, así que hablé con Javier y me dijo que si me encontraba bien que tirara, que a él le costaba correr después de haber parado. Así que, después de más de 30 kms. de carrera, empecé a correr cuesta abajo hasta llegar al segundo y último avituallamiento. Aquí había melón, así que me pegué un buen atracón. El pobre chico que cortaba los trozos no daba abasto. A punto de salir del avituallamiento llegaron Javier y Alberto, le pregunté qué tal iba y me dijo que mejor, le comenté que yo seguía y que ya me cogerían ellos, nos dimos un buen abrazo y empecé a correr otra vez. Cuando llevaba un kilómetro más o menos, me di cuenta que tenía el gps parado, lo volví a poner en marcha pero ya iba sin referencias de la distancia que me faltaba, por lo que pregunté varias veces, pero casi fue peor, porque lo que me decían siempre me parecía menos de lo que luego era. En estos últimos ocho kilómetros adelanté a mucha gente que ya iba andando o a un ritmo muy lento. Cuando faltaban unos cinco kilómetros a meta empezó a llover otra vez bastante fuerte, pero ya iba tranquilo porque la meta estaba cerca y el terreno no presentaba problemas salvo algunas piedras o raíces.


Por fin llegué al asfalto, supuestamente a 3 kms. de meta pero que a mí me parecieron más. La emoción iba en aumento. Después de haber visto la retirada tan cerca, encontrarme ahora a pocos minutos de finalizar una carrera tan dura como ésta, hizo que casi no sintiera el cansancio, que ahora sí, empezaba a pasarme factura, pero no iba a parar de correr hasta meta. La gente, incluso la que iba en coches, no dejaba de animarme y aplaudirme. Yo pensaba que, como siempre me ocurre, al llegar de los últimos y con el tiempo tan desagradable, no habría mucha gente para verme llegar, pero Silvia y Jessi tenían razón cuando me decían que no había nada como una carrera de montaña en el norte, aquí la gente lo vive muy intensamente: “¡Ánimo que ya está! ¡Aupa, aupa, Jorge que no queda nada!”, menudo subidón al entrar a Benasque. Entre lo estrecho de las calles y la gente haciendo pasillo, parecía un ciclista en una de esas etapas en las que suben un puerto y la gente casi no deja espacio para pasar. La entrada a meta fue alucinante, muchísima gente, saludando a uno y otro lado y para rematar, saltito para entrar.


Después de eso, recogí la medalla, entregué el chip, la fianza y la cervecita. Tan liado iba entre todo lo que llevaba en las manos que por un momento no sabía ni donde había metido los 20 € y me puse a buscar desesperado y preguntar a todo el mundo, hasta que una de las voluntarias me dijo: “Pero si los llevas pegados al vaso de la cerveza”……. que vergüenza. 


Esperé para ver entrar a mis compañeros de carrera, que llegaron unos minutos más tarde. Me extrañó que no me alcanzaran, porque yo llevaba un ritmo muy suave, o al menos que llegáramos más juntos, pero al hablar con Javier me dijo que había tropezado y había tenido una caída.


Después tuve que llamar para que me ayudaran a llegar al apartamento porque no sabía ni por dónde paraba. La ducha me supo a gloria, después la cena de toda la expedición alcoyana y a dormir, porque no tenía ganas ni de ir a tomar algo por ahí.



El domingo, sin prisas, nos levantamos, desayunamos, fuimos a ver alguna tienda y sobre mediodía salimos hacia Alcoy, parando a comer en un lugar del que mejor no acordarse y sobre las 10 de la noche por fin en casa.



Resumiendo, una experiencia brutal en todos los sentidos.